Reseña: Bardo, falsa crónica de algunas verdades, de Alejandro González Iñárritu (Netflix)
a cargo de bardo, a Alejandro Iñárritu se le atribuyen cuatro puestos decisivos (director, productor, guionista y montador), ofreciéndose incluso el lujo de componer la banda sonora de la película junto a Bryce Dessner. No contento con controlar su cine más que nunca, se convierte incluso en su único sujeto: el personaje central de bardo, Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho), es un alter ego casi perfecto de Iñárritu, salvo que no es director de ficción, sino periodista y documentalista. El doble de este director atraviesa una grave crisis existencial, cuyo verdadero contenido nunca se hará explícito, aunque el guión enumera aquí y allá algunas causas estereotipadas (relaciones con padres e hijos, sentimientos de incomprensión, etc.). La autoficción llega a la mise en abyme, pues Silvério aborda una obra que combina introspección, crónica familiar y reflexiones sobre la historia de México.
bardo da testimonio de un narcisismo tanto más desinhibido cuanto más integrado en su historia. Esto es particularmente evidente en una escena en la que, durante una fiesta, un presentador de televisión acusa a Silvério de darse placer con su ombligo, como si Iñárritu quisiera exonerarse de una crítica que habría integrado en su película, sin embargo, sin realmente tratando de ir más allá de eso. Sin embargo, esto hace bardo realmente doloroso radica menos en el egoísmo del autor que en su incapacidad para sacar algo artístico de él. Iñárritu acumula secuencias interminables donde los personajes son simples engranajes de una maquinaria repetitiva. Aunque la película se mueve en una ambientación intimista, el director no se aleja de un estilo rotundo, con una fascinación ininterrumpida por los planos generales, los travellings fluidos que permite la steadicam digital y los muy amplios ángulos. El sistematismo de estos efectos da fe de una confusión entre puesta en escena y tour de force técnico, confusión ya operada en las películas anteriores de Iñárritu, pero que aparece aquí tanto más flagrante cuanto que resulta particularmente inadecuada para la perspectiva psicológica esbozada por el guión. Pocas veces se ha expuesto con tanta claridad el vacío del cineasta.
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