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“México es un estado de ánimo”

Es una experiencia cinematográfica que en Francia solo veremos en Netflix. En “Bardo. Falsa crónica de algunas verdades” – bardo es un término budista que designa el estado intermedio entre la muerte y el renacimiento – Alejandro González Iñárritu inventa el realismo mágico aumentado.

Filma los deambular en el espacio y el tiempo, entre la realidad y su subconsciente, de Silvério Gama, un periodista mexicano celebrado en todas partes, en medio de una crisis existencial. Considere el alter ego del director ganador del Oscar de “The Revenant”, quien arroja sus sueños, ansiedades y preguntas más íntimos a la pantalla. El éxito, la familia, su hijo muerto, la identidad mexicana y su culpa como exiliada en Estados Unidos desfilan allí en un ambicioso y a veces humeante viaje metafísico-introspectivo, a veces fascinante y autocomplaciente, atravesado por espléndidas visiones. .

No hay duda de que Iñárritu vio y amó a Buñuel, Fellini, Terrence Malick y Gaspar Noé, en quienes “Bardo” te haría pensar mucho si el egoísmo del director y su relación con la cultura mexicana y el telenovelas lo que miraba su madre terminó haciéndolo diferente. Iñárritu sólo aspira a eso: lo invisible. Ya se trate de narrativas corales (“Babel”) o de desafíos formales (la singular secuela de “Birdman”).

“Bardo. Falsa crónica de algunas verdades”, con Daniel Giménez Cacho. (LIMBO FILMS, S. DE RL DE C/NETFLIX)

Algunos lo encuentran brillante, otros grandilocuente. No hace nada a medias. Incluso tu juventud parecía

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Angelica Bracamonte

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