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John Huston sigue los pasos de los perdedores

Hazel Motes (Brad Dourif), en “Le Malin” (1979), de John Huston.

En Halcón maltés (1941) para Pueblo de Dublín (1987) – dos obras maestras – La carrera de John Huston es como un circuito de montaña rusa, como si tuviera que tocar fondo cada vez para recuperar la grandeza. La prueba, entre Maligno (1979) y Debajo del volcán (1984), Huston, entonces en sus setenta y casi discapacitado, encontró tiempo para darse cuenta Fobia (1980), película policiaca olvidada y olvidada, Victoria para nosotros (Victoria, 1981), una coproducción internacional que reunió a Sylvester Stallone y Pelé, y el musical Annie (1982), lo que le valió algunas de las peores críticas en una carrera que no le faltó.

Aún así, suavizando la línea de Malin en el Volcan, (re) descubrimos dos películas de oscura belleza, cuyo imaginario emerge de dos universos radicalmente diferentes – el misticismo protestante del sur por un lado, los trastornos que han dado forma a México desde la conquista española por el otro -, unidos por el irresistible fascinación de ese fracaso sobre el cineasta. El joven predicador de Malin y el anciano inglésDebajo del volcán, que se perdió a los pies del Popocatépetl, ambos están decididos a desafiar las leyes, tanto humanas como divinas. Descendientes del Capitán Ahab (adaptado de Huston Moby Dick, en 1956), Hazel Motes, el pastor ateo, y Geoffrey Firmin, el cónsul fallecido, cada uno a su manera, abandonaron los lazos de la razón y la vida cotidiana para enfrentar su mortalidad.

Incluso hoy, “Le Malin”, protagonizada por la actuación de Brad Dourif, ingenua y peligrosa, sigue inquietando y fascinando.

En el origen de Malin, nos encontramos con un nuevo productor, Michael Fitzgerald, que convence a Huston de llevar a la pantalla la primera novela del escritor sureño Flannery O’Connor (1925-1964). Desmovilizado, Hazel Motes (Brad Dourif) regresa a la granja familiar que encuentra desierta. Su linaje ha sido borrado, solo queda la imagen mental de su predicador ancestral (un rol que John Huston se ha reservado para sí mismo). En estas partes remotas de Georgia, un sombrero negro y un automóvil son suficientes para difundir la noticia de ciudad en ciudad.

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Animada por una fuerza oscura que el guión y la puesta en escena se cuidan de no definir, Hazel Motes decide ejercer su vocación sin el apoyo del Altísimo y funda la Iglesia de Jesucristo sin Jesucristo. La empresa es tan grotesca como las figuras que emergen de los barrios bajos por los que pasa: un adolescente psicótico (Dan Shor); otro pastor supuestamente ciego (Harry Dean Stanton) y su hija inicialmente preocupados por escapar de su padre (Amy Wright); un estafador semanal tan pequeño que no debería durar más de medio día (Ned Beatty). Y, sin embargo, estas monstruosas criaturas no juran sobre el paisaje de un Sur podrido por la segregación y la pobreza del que Huston se apropia con autoridad.

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Angelica Bracamonte

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